Desde la prehistoria, el hombre ha tenido necesidad
de desplazarse con fines comerciales y de intercambio, por lo que ha necesitado
alojarse en diversos puntos geográficos, en este tiempo, se intercambiaba el
hospedaje por mercancías.
Siglos después, en los caminos fueron surgiendo una serie de posadas en las que el viajero podía alojarse con sus caballos y comer a cambio de dinero. Estos establecimientos se caracterizaban por las precarias condiciones sanitarias que ofrecían, ya que solían alojar a los huéspedes en los establos junto con el ganado. A la vez, se les ofrecía servicio de comidas.
Pero es a raíz de la Revolución Industrial, cuando
los medios de transporte experimentan una vertiginosa evolución, que las
personas empiezan a desplazarse masivamente de un lugar a otro.
En un principio, los viajes están destinados sólo a
comerciantes y a las clases más adineradas, que empiezan a salir de vacaciones
fuera de sus ciudades y exigen unos establecimientos de acorde a sus
posibilidades. Y para que todo esto sea posible, es necesario el surgimiento de
una serie de establecimientos donde los viajeros puedan comer y pernoctar, es
el nacimiento de la hostelería propiamente dicha.
En un principio surgen hoteles y restaurantes de
lujo al alcance de las clases acomodadas que cobran unas tarifas que son
imposibles de pagar para los demás, pero con el surgimiento de la sociedad del
bienestar, comienzan a surgir otros lugares más modestos y al alcance de todos
los bolsillos.
La evolución ha sido tan espectacular que actualmente
casi todas las personas que viven en países desarrollados tienen acceso a
viajar y alojarse en establecimientos dignos, lo que ha dado lugar a la
creación de una de las industrias más poderosas del mundo: el turismo que
está íntimamente relacionado con la hostelería.